El Frío Susurrante
La aguja del termómetro descendía en picada, incluso con la calefacción al máximo. Ana, una arquitecta acostumbrada a la lógica y la precisión, se encontraba desconcertada. Cada noche, al intentar conciliar el sueño, la temperatura de su habitación caía drásticamente, envolviéndola en un frío que calaba hasta los huesos. No era un frío común; era un frío que susurraba. ![]()
Al principio, lo atribuyó a corrientes de aire o a un mal funcionamiento del sistema de calefacción. Revisó ventanas, puertas, incluso llamó a un técnico. Nada. El problema persistía, intensificándose con cada intento fallido de dormir. El frío venía acompañado de una sensación opresiva, como si algo invisible la observara desde las sombras. ![]()
Una noche, mientras el termómetro marcaba apenas 5 grados, Ana escuchó un susurro claro, helado, que parecía provenir de las paredes: “No descanses”. El pánico la invadió. Comenzó a investigar, buscando explicaciones racionales, pero sus búsquedas la llevaron a leyendas urbanas sobre entidades que se alimentaban del calor vital de los durmientes. ![]()
Descubrió historias de una antigua familia que había habitado su casa, los Blackwood, quienes habían muerto en circunstancias misteriosas durante un invierno particularmente crudo. Se decía que el patriarca, un hombre obsesionado con la preservación, había realizado experimentos macabros para prolongar la vida, utilizando el frío como un método de conservación. ![]()
Ana empezó a tener pesadillas vívidas, en las que veía figuras pálidas y demacradas, con ojos hundidos y labios azulados, que la rodeaban en la oscuridad, extendiendo manos heladas hacia ella. En una de ellas, una anciana con un rostro arrugado le susurraba: “El frío es la llave… la llave para la eternidad”. ![]()
La habitación se convirtió en una prisión de hielo. Ana ya no podía dormir, consumida por el miedo y la paranoia. Empezó a ver sombras moverse en su campo de visión, a sentir el aliento frío en su nuca. Su reflejo en el espejo parecía distorsionarse, mostrando una versión pálida y enfermiza de sí misma. ![]()
Una noche, desesperada, Ana encontró un viejo diario escondido en el ático. Pertenecía a Eliza Blackwood, la matriarca de la familia. Las páginas estaban llenas de descripciones de los experimentos de su esposo, de su creciente locura y de su obsesión por el frío. En la última entrada, Eliza escribía: “Él cree que puede vencer a la muerte, pero solo está abriendo una puerta a algo mucho peor. El frío no preserva, consume”. ![]()
Al leer esas palabras, Ana sintió un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza. La temperatura de la habitación cayó aún más, hasta alcanzar el punto de congelación. La oscuridad se cerró sobre ella, y el susurro se convirtió en un coro de voces heladas que repetían una y otra vez: “Únete a nosotros… descansa para siempre”. ![]()
Ana cerró los ojos, sintiendo cómo el frío la invadía, adormeciendo sus extremidades. Ya no luchaba. Se rindió al abrazo helado de la noche, convirtiéndose en una más de las sombras que habitaban la casa de los Blackwood.
