La Danza de las Sombras
La primera noche, pensé que era el cansancio. Una larga jornada en la oficina, la mente jugando trucos. Pero la luz de la luna, plateada y fría, dibujaba en mi pared figuras imposibles. No eran las ramas del viejo sauce del jardín, ni el contorno de los muebles. Eran… siluetas alargadas, retorcidas, como manos esqueléticas danzando en el silencio. ![]()
La segunda noche, la danza fue más definida. Las sombras se movían con una gracia antinatural, imitando formas humanas, pero distorsionadas, grotescas. Intenté encender la lámpara, pero la bombilla se fundió con un chasquido seco. El miedo, frío y viscoso, comenzó a trepar por mi espina dorsal. ![]()
Cada noche, las sombras se volvían más audaces. Empezaron a imitar mis movimientos, a reflejar mis gestos con un retraso inquietante. Si levantaba la mano, ellas la alzaban, pero con dedos demasiado largos, demasiado delgados. Si me sentaba, se sentaban también, pero inclinadas en ángulos imposibles.
Una noche, mientras observaba la macabra coreografía, juré escuchar susurros. Voces bajas, guturales, que parecían provenir de la propia oscuridad. No entendía las palabras, pero la entonación era implorante, desesperada… y amenazante.
Intenté ignorarlas, convencerme de que era mi imaginación. Pero las sombras se volvieron más intrusivas. Empecé a encontrarlas en otros lugares de la casa: en el pasillo, en el baño, incluso en el reflejo de la televisión apagada. Siempre observándome, siempre danzando.
Una noche, al mirarlas fijamente, noté algo aterrador. Las sombras no solo imitaban formas humanas, sino que dentro de ellas, en el vacío oscuro, vislumbré ojos. Ojos vacíos, sin pupilas, que me miraban con una intensidad escalofriante.
El pánico me paralizó. Ya no podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía las sombras danzando en mi mente, escuchaba sus susurros en mi cabeza. Sentía que me estaban consumiendo, que mi propia sombra se estaba volviendo ajena.
Desesperado, busqué respuestas en el ático, entre las pertenencias de mi abuela, una mujer que siempre había sido considerada excéntrica. Encontré un viejo diario, encuadernado en cuero desgastado. Las páginas estaban llenas de dibujos extraños y anotaciones crípticas sobre “seres de la penumbra” y “la danza de las almas perdidas”.
El diario revelaba que mi abuela había estado obsesionada con un antiguo mito local: la leyenda de las Sombras Errantes, espíritus atrapados entre el mundo de los vivos y el de los muertos, que se manifestaban a través de la luz de la luna. Se decía que estas sombras buscaban un cuerpo huésped, una mente vulnerable para poder regresar al mundo de los vivos.
La última entrada del diario era una advertencia: “Nunca mires fijamente a las sombras. Nunca intentes comprender su danza. Si lo haces, te perderás en la oscuridad”.
Demasiado tarde. Ya era parte de su danza.
Ahora, cuando la luna llena ilumina mi ventana, ya no veo sombras en la pared. Veo mi propia silueta, retorcida y grotesca, danzando con las demás. Y escucho, en el silencio de la noche, sus susurros… invitándome a unirme a su eterna danza. ![]()
