El Eco Inverso
El viejo grabador de cintas, un regalo de mi abuela, siempre me fascinó. Lo usaba para grabar mis pensamientos, mis poemas, incluso el sonido de la lluvia. Pero últimamente, algo andaba mal. Al reproducir las grabaciones, escuchaba un zumbido extraño, como si una voz susurrara debajo de la mía. Al principio lo ignoré, pensando que era un fallo del aparato. ![]()
Un día, por curiosidad, invertí la cinta. Lo que escuché me heló la sangre. Mi propia voz, distorsionada y gutural, pronunciaba frases que jamás había dicho. “No confíes en las sombras”, “Ellos te observan”, “El espejo miente”. Cada mensaje era más inquietante que el anterior. ![]()
Empecé a experimentar pesadillas vívidas. En ellas, mi reflejo en el espejo se movía de forma independiente, sonriendo con una malicia que no reconocía. Las paredes de mi casa parecían respirar, y las sombras se alargaban y retorcían como si tuvieran vida propia. ![]()
Obsesionado, pasé horas analizando las grabaciones. Descubrí que los mensajes ocultos aparecían solo en ciertas frases, aquellas donde hablaba de mi infancia, de un viejo caserón abandonado en el bosque donde pasaba los veranos con mi abuela.
La abuela, que siempre me había contado historias sobre espíritus y seres de otro mundo.
Recordé un viejo diario que había encontrado en el ático de la casa de la abuela. En él, describía un ritual oscuro, una forma de comunicarse con “los que están al otro lado” a través de la inversión del sonido. El diario advertía que este ritual podía abrir una puerta a entidades peligrosas, que se alimentarían de la energía de quien lo realizara. ![]()
La paranoia me consumía. Empecé a ver figuras en la periferia de mi visión, a escuchar susurros en la oscuridad. Sentía que algo me acechaba, que me observaba desde las sombras. Una noche, al reproducir una grabación, escuché mi voz al revés decir: “Ya vienen por ti”. ![]()
Corrí al baño y me miré en el espejo. Mi reflejo sonrió, una sonrisa fría y despiadada. Y entonces, la imagen en el espejo comenzó a hablar con mi voz, pero no era mi voz. Era una voz ajena, una voz que susurraba promesas de poder y conocimiento a cambio de mi alma. ![]()
La última grabación que hice antes de desaparecer contenía un mensaje claro, una advertencia para cualquiera que se atreviera a escucharla al revés: “No intentes entender lo que no debes. Algunas puertas es mejor dejarlas cerradas”.
Si alguna vez encuentras un viejo grabador de cintas, recuerda: a veces, lo que no se dice es más aterrador que lo que se escucha. Y ten cuidado con tu propia voz, porque a veces, puede ser la de alguien más. ![]()
